miércoles, 10 de septiembre de 2014

Así es como llegué a esta tierra.

¿Eres alguien que suele rezar? ¿Te has preguntado por qué cuando una densa niebla impide que el futuro parezca lúcido, miras hacia el cielo y le ruegas al más alto de los robles que ilumine tu camino a través de la penumbra? Tal vez...
Cuando Él creo la tierra, los mares, el cielo y la luz, también dio vida a seres étereos de luminiscente candela. Los llamó sus hijos, concediéndoles un par de alas majestuosas y blancas como la nieve, que nacían a partir de los homóplatos. Con ellas, ellos fueron capaces de planear sobre la superficie virgen de los océanos y nadar livianos entre la sedosas nubes, y mirar de frente el sol.

-Vas a llamarte Ángel. Y este es el reino en el que has de vivir. Serás etéreo y perpetuo, para que permanezcas a mi lado por la eternidad. Te he llenado de amor, para dar a todo aquel que sufra bajo el implacable yugo de la soledad, y de una infinitia misericordia, para ofrecer tu mano en mi nombre a todo aquel que implore nuestra ayuda. -Esto dijo a cada uno de aquellas bellas criaturas, y a cada una dio un nombre ignoto e impronunciable por labios mortales.

Posteriormente, él pobló la tierra de seres imperfectos, mortales, asequibles en su composición y llenos de susceptibilidades. Poseedores de cierta peculiaridad llamada "Libre Albedrío" y dotados de un inexorable afan de cometer errores. A esta singular creación, Él llamó "Humano". Pues, al igual que a sus ángeles, lo llenó de amor, de caridad por sus semejantes; puso dentro de él un alma solidaria y un corazón bondadoso. Sin embargo, la diferencia entre un humano y un ángel no era la evidente disimilitud entre la estética y el tiempo de vida de cada uno, sino que los primeros podían decidir cómo utilizar estos dones, mientras que los últimos, simplemente hacían uso de ellos porque así era la voluntad de El Creador.
Desde los cielos, los seres inmateriales observaban con suma curiosidad cada paso que los humanos daban. Para algunos de ellos, cada pequeño defecto que poseían los hombres, como los llamaban también, parecía maravillarlos. La manera en la que a algunos de ellos se les escapaban gotas de agua por los ojos. El amor intensamente pasional que eran capaces de albergar en un corazón tan frágil, mismo que también podía ser anfitrión de un odio ponzoñoso. Esa inequiparable irracionalidad que poseían sin remordimientos. El hecho de que cada paso dado, podría ser el último. ¡Era un ser realmente fascinante! Algunos ángeles se preguntaron ¿por qué Él nos hizo tan diferentes a ellos? Pero ninguno desafió su voluntad.

Un día, un pequeño querubín se acercó a su padre. Con inigualable inocencia clavo sus grandes ojos en los írises serenos de El Señor, y preguntó con un candor único en un ser etéreo: ¿Por qué me hiciste diferente a los hombres?
Él posó una mano dulcemente sobre el cabello del inocente angelito, y respondió: Porque tú, mi adorable hijo, tienes un corazón endeble que sólo puede poseer amor. Los hombres tienen corazones rígidos, son inflexibles y están dotados de un carácter áspero. Para reconocer que posee el ímpetu necesario, para permanecer estóico ante las más inconcebibles calamidades. Entonces él hizo un afable gesto, y siguió con sus tareas.
Sin embargo, él ángel no estuvo satisfecho con la respuesta de su padre.

Así que en otra ocasión, volvió hacia él y preguntó nuevamente: -¿No puedo ser yo un humano? ¿No puedo yo poseer un corazón como el de ellos, con emociones, que pueda sentir dolor y odio también?
-Él creador de todo, aunque algo desconcertado por la insistencia de su inocente ser de luz, respondió, lleno de amor: Tú eres uno de mis hijos eternos. No puedes ser un hombre porque tu alma no es de hierro como la de ellos. No puedo forjarte un alma de hierro, porque tu sutiles alas no podrían transportar más tu cuerpo. No podrías volver a este reino, ni jugar otra vez con tus hermanos. Mi querido hijo, tú no has sido hecho para vivir una vida como la de los hombres. Ustedes son perpetuos, porque la humanidad necesita del amor de ustedes y mío. Los seres terrenales son mortales, porque si no lo fueran, llevarían sobre sus hombres cargas intolerablemente abrumadoras y sería demasiado para ellos. -Él Padre se acercó a su hijo. Puso una mano suavemente en su hombre, y tras un suspiro taciturno le preguntó: ¿Por qué me preguntas todo esto? ¿Envidias acaso a los hombres?

El ángel se sintió intimidado por la imperturbable mirada adusta de su padre, y guardó silencio por unos instantes. Tentado a retractarse y olvidar el tema por el resto de la eternida, pensó que si su alma era tan endeble como Él decía ese sería el dictamen al que debiera atarse para siempre. Por lo tanto, desenterró de sí un valor que no es usual en un alma etérea y respondió a la pregunta de su Padre.
-Por favor, quiero ser un humano. Anhelo mucho vivir entre ellos. Añoro saber por qué una caricia significa más que la vida eterna, y por qué cuando una de sus almas asciende a este reino, algunos derraman lágrimas y lo desean en su tierra nuevamente. Quiero tener defectos y un futuro incierto. Por favor. No te desafío. Tan sólo quiero tener en mi alma toda esa gama de emociones...
-Él suspiró. Dio la media vuelta, dando la espalda hacia su ángel y permaneció callado. El Ángel no sabía si marcharse o permanecer ahí el tiempo que fuera necesario para que Dios respondiera a sus plegarias, cuando súbitamente El Padre regresó el frente hacia el ser.
-Una vez que seas un hombre -comenzó -No podrás volver aquí. Escucha atentamente esto. No habrá forma alguna en que puedas acortar tu estancia en la tierra, ni siquiera muriendo antes de lo que debieras. Escúchame muy bien. No todos los hombres son buenos, pues yo les he dado el libre albedrío de decidir con qué sentimientos llenar sus corazones. Algunos van a dañarte y vas a amar a otros de tal forma que habrá ocasiones en que sentirás dolor al amarlos. Tienes que estar consciente de que cada paso podría ser el último, y que cuando regreses aquí al morir, dejarás allá a todas las personas que se volvieron indispensables para ti. Ser humano conlleva una inmensa alegría, pero de la misma forma habrá ocasiones en que tendrás que soportar un suplicio desgarrador. Sólo te pido una última cosa antes de que tomes una desición; no te olvides de mi. Habla conmigo todos los días, cuéntame cómo te va, dime lo que piensas y lo que sientes, y si tienes algún problema no dudes en acudir a mi porque, aunque ya no podré responderte pues no viviremos más en el mismo plano, siempre estaré viéndote. Te ayudaré sin importar lo que sea. Pero recuerda, mi amado hijo, que estando allá tendrás que luchar contra las calamidades con tu propia fortaleza. Yo estaré cuidándote todo el tiempo, y si te falta el aliento yo te lo daré.
El pequeño ángel, aunque temeroso, escuchaba atentamente lo que Dios tenía para decirle.
-¿Entonces? ¿Qué decides? ¿Quedarte aquí, o irte a la tierra?
-Aún después de oir todo esto, quiero ser un hombre. Por favor, hazme uno.
Él asintió con una sonrisa dibujada en el sereno rostro. Abrazó fuertemente a su Ángel, y este le obsequió a su Padre sus primeras lágrimas de pena al despedirse de Él.

Querido Padre:
Ser humano no es sencillo. Los días aquí tienen sólo 24 horas y hay tantas cosas por hacer en este mundo que a veces el tiempo no parece suficiente. Parece que planear con demasía el futuro no funciona en este mundo y acongojarse por el pasado mucho menos. Lo único que realmente importa es el presente. La manera en que uno puede llegar a amar es tan maravillosa como macabra. El sufrimiento que el corazón puede llegar a sentir es inenarrable. Sobre todo cuando amas con lo que los hombres llaman "locura". Aquí no se puede volar hasta llegar a lado de la persona que anhelas ver con toda el alma, y las despedidas son tristes y llenas de llanto. ¿Puedes creer que aunque dos personas se amen, no siempre pueden estar juntas? Yo todavía no puedo entenderlo. El corazón que le diste a los hombres está lleno de buenos y hermosos sentimientos, y aún así hay algunos que se empeñan en llenarlo de ponzoña y sentimientos tan ácidos que acaban por consumirlo. Ser humano es muy doloroso. A veces recuerdo cuando dijiste que mi corazón era frágil que mi alma no era de hierro, y pienso en cuánta razón tuviste. Lloro todos los días y siento un gran pesar con frecuencia.
Pero, Amado Padre, hay algo que debo también confesarte. También río todos los días y soy muy feliz cuando estoy a lado de las personas que amo con toda el alma. Todavía conservo esta inocencia etérea de cuando solía ser un ser celestial, y muchas personas me han hecho daño. Pues nunca me esperé que lo hicieran, y por ello no tomé mis precauciones. Pero te agradezco tanto que compensaste todo ese sufrimiento trayendo a mi lado a más seres maravillosos, tan magníficos que me recuerdan a mis hermanos. Cuando mi alma se siente gélida, las lágrimas que brotan de mis ojos son tan tibias que terminan por derretir esa tristeza glacial que me invade a veces. Aunque todavía no dejo de sentirme como un forastero, hay humanos tan acogedores que me siento como en casa. Desde que llegué aquí, he notado que tengo muchos defectos, al igual que todos los hombres y a veces la convivencia es difícil, pero también poseemos hermosas virtudes que salen a irradiar su belleza en los días más nublados. Padre, no sabes cuánto te agradezco que me hayas concedido este deseo. Ser un humano es lo más maravilloso que hay.

Te amo.

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